El camote inesperado

9/6/10


Toda mi vida, al pasar frente a un carrito de dulces, veía con asco esas masas amorfas y anaranjadas conocidas como camotes. Siempre me parecieron como un vómito de zapallo amasado con las manos de un niño de primero básico vestido con un chaleco escolar lleno de pelusas… puaj! (los chalecos escolares con motas y pelusas son la sexta cosa en mi lista de cosas que me dan cosa).

Todo esto hasta que escuché al señor que atiende “La Veguita” (mi casero aquí en el campus San Joaquín) decir que las niñas de aquí no tienen idea qué son estas cosas, para sentir que mi cuidada actitud (esa) no era tal si no me gustaban los camotes.

Así puse fin a décadas de prejuicio y transformé los camotes en mi golosina after lunch favorita. Este inesperado, improbable, pero agradable cambio de opinión (se entiende lo de improbable?) hace tambalear lo que me gusta y lo que no me gusta… y como que me gusta. Creo que es una buena cosa probar algo que uno esta convencido que no le gusta y estar dispuesto a encontrarle el gusto. No me atrevería a decir que te ahorra sesiones de terapia, pero creo que puede aportar una buena dosis de felicidad inesperada.

Lo recomiendo y prometo seguir haciéndolo (especialmente en estos días de pelota)… me subyugo.

Y ud ¿qué va a probar?

1 comentarios:

guillérmico dijo...

me voy a ir en volada; rescato el hecho que te "la jugaste" que arriesgaste una presuntua sensación nauseabunda en la boca, quien sabe porque. Pero te la jugaste y obtuviste a cambio una "dosis de felicidad inespera". Propongo aplicar y pontenciar esta actitud a usted y sus lectores.