amor

25/12/07

Qué palabra más relamida, sobrevalorada y marketera. Ni siquiera suena bien en ningún idioma de los que conozco. La ocupo muy poco, las excepciones están en las tareas de religión de mi hijo y cuando canto alguna cosa que la incluya (Natalia me regaló una excelente selección de canciones con la que he agotado mi cuota anual para usar esta palabra).
Pero este fin de año, me ha encontrado especialmente “amorosa” (hablar sobre fin de año también es algo raro para mí, matemos dos pájaros de un tiro). Este año he ganado nuevos buenos amigos y he tratado de querer más explícitamente a los viejos. Bailé más que el año pasado, estuve con mis amigas en Baires, vino Beck, alguien me explicó por qué me cuesta tanto explicarme a mi misma y ya no me cuesta tanto, gané un premio, huí en Ma-huida. Fui consecuente con la creencia de que una vida sin pasión es el fin de la vida y ya estoy respirando otra vez. Viajé a Brasil y me reencontré con mi madre mental, con mis niños mentalmente abandonados, con mis deudas de sangre (que estoy decidida a saldar).
A veces me asusto con tanta cosa buena y pienso que algo muy malo está por venir. De hecho, si alguna sombra se asoma, la sobrestimo y hago o prometo más de lo necesario. Pero nada pasa, todo lo contrario, quiero más, me quieren más, viajo más, disfruto más, escribo más.

En fin, una especie de bienestar me ha estado rodeando como nunca y la palabra aquella me mira con ojos de vampiro esperando lanzarse a mi cuello. Estoy a punto de dejarme morder y transformarme en una rosada y empalagosa Frutillita vampira.

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